Recopa Sudamericana: Enfrentamiento de equipos hermanos
- Juan Manuel Piñarete
- 20 may 2017
- 5 Min. de lectura
Crónica.
Los vigentes campeones de la Copa Conmebol Libertadores demostraron de lo que están hechos. Atlético Nacional jugó, gustó y pasó por encima del sorprendente Chapecoense. La expectativa por esta final era alta, por dos cosas: la primera, por el accidente que hizo que se unieran como hermanos estos dos equipos y segundo, por la gran actualidad que viven ambos en sus ligas locales. Después de un gran partido con cinco goles, de un estadio colmado por 40.500 espectadores y de la ambición por ganar la Recopa Sudamericana, la serie quedaría sentenciada 4-1 (global de 5-3) a favor de los locales. Gracias a la figura del compromiso, Andrés Ibargüen, que anotó un doblete y de Dayro Moreno, con otro doblete. Título número 27 en los 70 años de historia del club ‘verdolaga’.
Un día antes del partido.
Martes 9 de mayo, un día antes del partido, salí de clase con la ilusión de llegar rápido a Medellín. Cogí transmilenio en la estación de universidades, en el centro de Bogotá y en una hora llegué al aeropuerto. Mi primer pensamiento era ver campeón a Nacional, pero más que eso, era estar sentado en el estadio, cantar, animar, apoyar y ver jugar al ‘verdolaga’. Mi mamá, quien me regaló los pasajes de avión y las boletas para ir a la final de la Recopa Sudamericana, me decía que estaba feliz por llegar pero a la vez, estaba nerviosa porque le tiene miedo a las alturas.
En el aeropuerto había un televisor que mostraba mi número de vuelo y la hora de abordaje. En ese momento, sentí que cada vez era menos tiempo, pero también sentía que serían las 24 horas más largas de mi vida. Me despedí de mi papá, me abrazó y en el oído me susurró: “espero estés muy feliz de ver a Nacional porque te lo mereces”. Mi respuesta fue una sonrisa de ‘oreja a oreja’, y con un simple “gracias”, él entendió que la emoción me consumía.
En ese momento, mi mamá y yo, cogimos nuestras maletas, caminamos y llegamos a la sala de espera. Cuando hice la fila para entrar al avión, había una familia, todos con una chaqueta alusiva a las barras bravas de Nacional llamada ‘Los del Sur’. Pensar en eso, me tensionaba cada vez más.
Ya en Medellín: 19 horas para el partido.
Llegué al aeropuerto de Rionegro a las 8:30 p.m. y enseguida, tomamos un bus hacia Medellín con mi mamá. A las 10:30 p.m. aproximadamente, nos recogió mi tío Álvaro en el barrio San Diego, en el oriente de Medellín. Nos tomó menos de 20 minutos llegar a la casa de él. Cuando llegué, tiré las maletas, saqué la camiseta de Nacional y la puse sobre un stand, recé sobre ella y me acosté inmediatamente.
Cuando desperté, mi tía Cecilia me entregó las boletas para el partido –ella me había hecho el favor de comprarlas– y salí al balcón a esperar que el reloj pasara. Ya era la 1:30 p.m., el Real Madrid jugaba por la Liga de Campeones y yo necesitaba algo con qué entretenerme. Después de dos horas de verlos jugar, me fui a bañar. Me arreglé, me peiné, me levé los dientes y almorcé.
En ese momento, cuando estábamos todos –mi tío, mi tía, mi mamá y yo– reunidos en la mesa, me preguntaron “¿Y vos sos consciente de que está lloviendo mucho acá en Medellín y que te vas a mojar?”. Pregunta en la que no dudé en responder: “Así llueva, truene o relampaguee, yo voy a ver a jugar a Nacional”. En ese momento sonó el reloj, eran las 5:00 p.m., hora de irme para el estadio.
Camino al partido y locura total afuera del estadio.
Llovía mucho en el occidente de Medellín. Mi mamá y yo estábamos listos para mojarnos por tremendo aguacero. El tiempo corría, no escampaba y yo compraba impermeables; sin embargo, en ese instante, mi mamá me dijo mirándome a los ojos: “tranquilo, mi amor, que San Pedro es de Nacional”. No supe qué decir en ese momento, el cielo se caía a pedazos.
Entramos al estadio, nos ubicamos en el sector 2, fila J15 y J16, respectivamente. Ya no llovía –pensé en lo que me había dicho mi mamá hace menos de 20 minutos– y la noche ya llegaba. De repente, en el cielo se empezó a ver pólvora, salí corriendo a la parte más alta de las gradas para ver qué pasaba a las afueras del estadio y era lo mejor que pude haber visto en un espectáculo deportivo: Los hinchas y seguidores, estaban recibiendo a Atlético Nacional con bombos, gritos y voladores.
Ya era hora, era la gran final.
Los equipos nunca salieron al terreno de juego y recordé, que cuando es una final, calientan en una cancha sintética ubicada dentro de los camerinos. Esperaba verlos, al menos para tomarles una foto, pero el tiempo hacía de la suya.
A las 7:45 p.m., finalmente salieron los equipos. Un gran mosaico –en Latinoamérica, también llamado tifo– deslumbraba en el Atanasio Girardot. La hinchada no le fallaba al verdolaga. Los gritos y los cantos cada vez se hacían más fuertes.

Inició el partido y Nacional empezó a jugar con el ‘toque toque’ que lo caracterizaba en el 2016. En dos minutos de partido, Arley Rodríguez hizo un pase al vacío para que Dayro Moreno, el goleador, con un potente remate igualara la serie. El global era 2-2 y Nacional quería incrementar el marcador costara lo que costara.
Ibargüen y Macnelly Torres se juntaron al minuto 31, y crearon un gol bellísimo. Dos toques bastaron para que la figura del partido metiera un golazo. El marcador estaba 3-2 a favor del verde y la hinchada cantaba hasta romperse la voz para ilusionar a toda la plantilla; sin embargo, los jugadores del Chapecoense seguían sin encontrar un espacio que los metiera en el partido.
Final del primer tiempo. No hubo tiempo ni para ir al baño, son 10 minutos de descanso y los jugadores ya estaban retornado al campo de juego. De nuevo, la hinchada dejaba la voz en el estadio.
Empieza el segundo tiempo y el equipo de Chapecoense intentaba por la banda derecha. Intento tras intento, el equipo verdolaga se quedaba cada vez más corto de juego y los de Chapecó ilusionaban con la remontada. Parecía que el rol de los equipos cambiaba, uno atacaba y el otro se defendía.
Minuto 67, salida de Nacional. Farid Díaz por la izquierda, tira un centro, la baja Arley (Rodríguez) hacia el punto penal y Dayro Moreno, nuevamente, define con un potente cabezazo. 3-1 el marcador, 4-2 en el global. Nacional sonríe, Chapecoense pide ayuda.
Minuto 80, Ibargüen con algo de suerte, pone el 4-1 parcial. Celebra con un baile con todos los suplentes y todo el estadio corea su nombre. No había nada más que hacer, la serie estaba liquidada y el campeón ya tenía nombre. Sin embargo, al minuto 81, Tulio de Melo, jugador del Chapecoense, descontó para un Chapecoense perdido y sin ideas.
Pitazo final. Todo gritaron, algunos lloraron, e incluso, se corearon los nombres de los jugadores más influyentes del partido. Fue mi primera vez en el Atanasio y vi campeón a Nacional. Lo mejor que le puede pasar a un fanático del fútbol es ver a su equipo del alma, coronarse como el mejor del continente. El campeón de América, sigue haciendo historia y yo le contaré a mis hijos, que vi a Nacional ser el mejor de Colombia.

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